Guillermo Fesser
Guillermo Fesser
Enmarcar a un perro
Al final, todos paseamos por delante de las mismas cosas. La historia se repite. El recorrido de nuestra especie es siempre el mismo; lo único que explica las diferencias de nuestras percepciones es la óptica que utilizamos en las miradas. Aquél que haya elegido un objetivo angular de 16 milímetros se quedará con las sensaciones; pero se perderá los motivos que las provocan. Y quien, por el contrario, decida pasear con un teleobjetivo; aunque podrá captar con precisión los detalles, se mostrará incapaz de encajarlos en un puzle que dote de sentido a aquello que está observando. Es por ello que Jiménez Carrero utiliza un 35-70 en sus retratos. Para acercarse y alejarse con el zoom según se le vaya presentando el panorama. Y es, con esta misma lente, que nosotros necesitamos contemplarlos.
Los retratos de carnaval están repletos de vida y, la vida, si en algo ha de diferenciarse de los bodegones, es que se halla en continuo movimiento.
Para demostrarlo, J. Carrero ha enmarcado a un perro. Un setter de caza que no se sabe parar quieto. Ahora asoma la cabeza, ahora saca una pata. Menea el rabo y vuelve a encoger el anca. Así que el pintor le ha pillado a mitad de camino, para que decidamos nosotros si queremos imaginarle sentado o erguido y sacudiéndose con un bamboleo de orejas los calores del verano.
Son pinturas opcionales, en las que uno entiende que a esta menina del siglo XXI le ha sonado entre la basquiña un par de veces el móvil. Y la puede ver, sin dificultad, reclamándole al artista un tiempo muerto para poder responder al twitter. Viñetas que están en la pintura sin necesidad de que hayan marcado su rastro los pinceles. De igual forma que sabemos que la niña que le acompaña, vestida a lo Margarita de Austria, se ha volteado en numerosas ocasiones para atender el llamado de las golondrinas que revolotean junto al alero de la ventana. Porque en este cuadro de J. Carrero, si uno no quiere, no tiene por qué quedarse en la escena principal. Está permitido hacer travelling hasta la ventana y pasar a las habitaciones del edificio contiguo. En la tercera planta, un cuidador paraguayo sueña con tener papeles y agrandar un universo que ahora se le reduce a la monótona tarea de duchar a un anciano todas las mañanas. En el segundo izquierda, un quinceañero celebra que sus padres le hayan dejado por vez primera solo el fin de semana y se debate entre el placer de convocar una fiesta y el riesgo de que le pillen.
Llaman al timbre del primero y su habitante pega un respingo, pero no acude. No todavía. Espera a que sean tres los avisos para acercarse con rubor hasta la puerta. Antes de abrir, vuelve a retocarse el pelo que ya se ha peinado infinitas veces insegura ante el espejo. Y gira el pomo mientras se pregunta si, ese chico que la vuelve loca, se decidirá de una vez a darle un beso o tendrá que ser ella quien lleve la iniciativa.
Son retratos de un carnaval que perdura más allá de febrero porque, el carnaval de Carrero, refleja la fiesta popular de andar por casa. Son chispas de vida que alegran los sentimientos. Coca-Colas al óleo. Por eso apetece acariciar al perro, pegarle un pellizco a la infanta en la mejilla y preguntarle a la protagonista que por qué se metió en esto de la figuración. Aquí, lo de menos es el cuadro. El marco es una disculpa.
Como la foto que hacemos en vacaciones. Un instante para evocar recuerdos que duran mucho más tiempo. Que avanzan y retroceden, que suben y bajan – como las montañas rusas – revolviéndole a uno el alma. Poniéndonos patas arriba los afectos. Igual que no se marcha nadie de vacaciones para hacer fotos, sino que hace fotos para que las vacaciones no terminen nunca; Carrero no pinta sus cuadros para que tapemos un hueco de la pared, sino para que las paredes no cesen de animarnos. De invitarnos a utilizar también el zoom en la vida para que la próxima vez (además de a un paraguayo que cuida a nuestro padre), veamos en ese chico con aire ingenuo que dejó su tierra en aras de mejora, el pulso imparable de quien también se cree con derecho y las fuerzas necesarias para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Guillermo Fesser
Periodista
Las Meninas de Carnaval