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Las Santas de Zurbarán

La pintura de Enrique Jiménez Carrero siempre está conectada con la tierra que lo vio nacer, de manera que, en ese vínculo permanente con lo extremeño, no podía faltar entre sus obras un diálogo artístico con uno de nuestros pintores más universales. Y de la extensa producción del pintor de Fuente de Cantos, la serie que Zurbarán realizó sobre Las Santas es la que más conexiones encuentra entre el discurso de Carrero y el maestro del barroco.

Se trata de uno de los repertorios pictóricos más apasionantes del siglo XVII, donde Zurbarán establece la configuración de un nuevo estereotipo para mover a la devoción, plasmando la santidad mediante seductores engranajes que estimulan la oración, pero también el gusto por la contemplación.

Constituyen así, ambos pintores, un tránsito entre la imagen sagrada e idealizada y la visión terrenal y profana. Representan una santidad humanizada, cercana al pueblo, impregnada de cotidianidad. En ambos casos son retratos femeninos de las épocas en que ambos pintores habitan, con vestimentas anacrónicas, donde importa más la teatralidad y la carga de belleza que la fidelidad histórica de los personajes. Un reflejo de la moda española de la época, a veces más cortesana y otras más popular, donde los tejidos, colores, bordados, telas, pliegues y adornos, crean una ornamentación que se mueve entre la sobriedad y la riqueza.

Carrero nos presenta a una Santa Casilda bondadosa y caritativa, la que atendía y alimentaba a los presos cristianos, cuyo pan se trasmutó milagrosamente en flores para no ser descubierta. Una singular y sofisticada Santa Catalina de Alejandría, de sangre real y conocimiento filosófico, portando la espada de su tormento. Y una Santa Bárbara que, recluida en una torre, implora a los cielos con los evangelios en sus manos para pedir la salvación. Vírgenes y mártires que representaban la ejemplaridad cristiana y cuya iconografía fue reconstruida por Zurbarán y nuevamente reinventada por Jiménez Carrero, sin olvidar sus elementos esenciales, como el blanco, la luz o la expresividad barroca, pero aportando una vez más sus códigos de identificación personales.

 

Fernando Talaván Morín