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Camilo José Cela

Camilo José Cela

La flecha vuela limpia…

 

La flecha vuela limpia, cierta y serena, y es tanto el símbolo de guerra como el del amor; San Sebastián murió asaetado de flechas y en el tronco del roble los amantes graban sus iniciales bajo la silueta de un corazón atravesado por una flecha heridora y  comprometedora.

Carrero sueña la paz y su pintura destila armonía y paz porque es la misma melódica esperanza en cueros vista a la mesurada luz del alma en diáfano y gráfil equilibrio de sapientísimo trazo adivinado.

Hace algún tiempo escribí unos versos en loor de dos pintores -Mampaso y Picasso-  y partiendo de la palabra de Neruda, cerré ojos para confesarme culpable:

 

 

«Debo decirlo con la más delgada

palabra aún no nacida de mi boca:

en las fuentes de la memoria de Dios

habita el tenebroso olvido».

 

Ese olvido a oscuras, esa desmemoria en tinieblas, es también el amor porque, para mayor lección y evidencia, en el fondo de todo no existe más que el amor volando de astro en suspiro y de estrella en corazón.

En lo más hondo y soterrado de la pintura de J. Carrero late el amor con un pulso deleitosamente cruel y señalador de todo cuanto amamos y admiramos: la tersa piel de la mujer, la artística vejez, la cerámica, la ve-nenosa y acariciadora y carnosa testura de la fruta.

Carrero es un clásico que brinca sobre las academias y las aduanas porque  encerrado a solas con su soledad, su magia y su angélica amargura, acierta a pintar el mundo desnudo y de primera mano.

Y con la más sabia de todas las posibles inocencias, la del artista que no pacta más que con la verdad, jamás con los ángeles ni con el demonio, y que no se rinde sino a la verdad velocísima y madura de la luz y el color.

 

Camilo José Cela,
Premio Nobel de Literatura.
Madrid, enero de 1996